Somos egoístas hasta con las personas que ya no están. Porque cuando se van, cuando abandonan esta vida para vivir una nueva, las amarramos. Nos amarramos a ellas y a sus recuerdos. Y a los momentos felices, y a los no tan bonitos. Nos amarramos a aquello que nos recuerda a su sonrisa y a sus abrazos, que ahora sentimos más lejos que nunca. Nos amarramls. Y es normal hacerlo. Porque no pensamos en que están en un lugar mejor o nos están cuidando desde arriba, nos centramos en echarles de menos en esta vida. Y culpamos al universo por habernos quitado tan temprano aquello que nos daba miedo a perder. Y también es normal hacerlo. Es normal enfadarse. Con el mundo, con uno mismo. Con todo aquel que se nos cruce por delante. Porque sentimos que nos han arrebatado a alguien antes de tiempo.

No pensamos en que, tal vez, esta persona ha aprendido todo lo que venía a aprender. Ha vivido todo lo que venía a vivir. Ha dado todo el amor que tenía para dar. Nos enfadamos por no haberla valorado suficiente, por no haber pasado más tiempo, por no haber creado más recuerdos.

Pasamos un tiempo de duelo, y es normal hacerlo. Pero no podemos vivir en ello. Debemos soltar, dejar marchar. Debemos entender que lo que esa persona vino a hacer en esta vida, hecho está. Y soltarla, desamarrarla. Dejar que nos cuide y nos proteja. Que nos observe, allí arriba, donde cada noche brilla.

Para todas las estrellas que se iluminan cada noche por alguien que sigue en la tierra. Para todas las personas que dieron todo el amor que podían dar, y más. Para todas las almas que nos cuidan.

Sara Roiget

 

 

Leave a Reply